Qué ver en Soria
Imagina un escenario donde la historia y la naturaleza se funden en una película sin fecha de estreno. Imagina un paisaje que ha inspirado a poetas y ha servido de telón de fondo para épicas leyendas. Imagina perderte entre castillos en ruinas, bosques susurrantes y calles que parecen rodajes a cielo abierto. Imagina que eres el protagonista de esta historia.
Bienvenido a Soria: un plató natural donde cada rincón es un fotograma lleno de magia, un viaje por escenarios de película. Te invitamos a recorrer lugares que han sido inspiración para escritores, refugio de soñadores y escenario de grandes historias. 10 lugares que visitar en Soria de película, donde el guion lo escribes tú. ¿Luces, cámara… acción?
1. Castillo de Almenar
Si la piedra hablara, el Castillo de Almenar contaría historias de caballeros y traiciones, de hazañas épicas y susurros literarios. Situado estratégicamente en una loma que domina el horizonte, esta imponente fortaleza ha resistido el paso del tiempo como si de un guardián de la historia se tratara. Sus gruesos muros y sus torres cilíndricas han servido tanto de baluarte medieval como de inspiración para poetas y cineastas.
Es fácil imaginar el sonido del acero chocando en sus almenas o la estampa de un jinete solitario cruzando su puente de piedra, evocando los tiempos en que esta fortaleza era clave en la defensa del territorio. Su nombre, de origen árabe, significa “lugar elevado de vigilancia”, y no es casualidad: desde aquí, las señales se enviaban a kilómetros de distancia, alertando sobre posibles invasores.
Pero más allá de su papel militar, Almenar es también un castillo de leyenda. Sus muros han sido testigos de la trágica historia de los Siete Infantes de Lara, un relato que entrelaza honor y venganza en una de las gestas más conmovedoras de la tradición castellana. Años después, su silueta inspiraría a Gustavo Adolfo Bécquer, cuyas leyendas transportan al lector a un universo de misterio y romanticismo.
El cine no ha sido ajeno a su magnetismo. Convertido en uno de los escenarios principales de la serie "El Cid", el castillo ha revivido su esplendor medieval en cada toma, proyectando en la pantalla su grandeza arquitectónica y su autenticidad. Sus torres y murallas, conservadas con un admirable respeto por la historia, han dado forma a las escenas de batallas y conspiraciones, devolviendo al presente la esencia de una época legendaria.
Como si el destino lo hubiese querido así, el castillo también guarda un vínculo con la literatura más allá de Bécquer: en su interior nació Leonor Izquierdo, la joven esposa de Antonio Machado, cuya prematura muerte dejó una huella imborrable en la poesía del gran escritor.
Declarado Bien de Interés Cultural en 1949, el Castillo de Almenar es una de las fortalezas mejor conservadas de Soria. De propiedad privada, sigue en pie con la solemnidad de quien ha visto desfilar siglos de historia y aún tiene relatos por contar. Aunque su acceso original permanece cerrado, sus muros, su ladronera y los escudos de sus antiguos señores siguen ahí, como si el tiempo se hubiese detenido, esperando al próximo visitante que quiera sumergirse en este escenario de película.
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2. Torreón de Masegoso, la sombra de un fantasma
Si los relatos medievales tuvieran una banda sonora, el Torreón de Masegoso resonaría con el eco de un lamento nocturno. En pie desde el siglo X, esta imponente torre de vigilancia, con su silueta troncopiramidal y su aspecto imperturbable, se erige como un centinela solitario en el despoblado de Masegoso, en Pozalmuro. A lo lejos, su perfil recortado sobre la llanura del río Rituerto parece un vestigio de otra época, un fotograma en sepia de la historia de Soria.
Construido como parte de la red defensiva de la comarca del Araviana, el torreón mantenía contacto visual con otras torres estratégicas, como las de Noviercas, Hinojosa del Campo y Tajahuerce. Durante siglos, el fuego iluminó sus alturas en la noche y el humo dibujó señales en el cielo durante el día, avisando de peligros inminentes a sus poblaciones cercanas. Pero con el tiempo, su misión cambió: de bastión militar pasó a convertirse en el epicentro de una leyenda oscura, la Leyenda del Fantasma, que aún hoy sigue alimentando las historias de la zona.
El relato, novelado por Manuel Ibo Alfaro, narra una trágica historia de amor prohibido, traiciones y muerte. Se dice que dos familias rivales se disputaban la posesión del torreón, mientras sus hijos, Manuel y Adela, intentaban desafiar el destino con su romance. Pero la sombra de la envidia y la venganza cayó sobre ellos. Una figura fantasmal comenzó a aparecer cada noche en lo alto de la torre, aterrorizando a los habitantes del pueblo hasta que un día, Manuel fue asesinado por el supuesto espectro. Detrás de la máscara se escondía Lázaro, el nieto de una curandera que, cegado por los celos, no solo truncó la historia de amor, sino que envenenó las aguas del pueblo, forzando el abandono de Masegoso.
Hoy, el torreón sigue en pie, firme y enigmático, con su estructura de 18 metros de altura, su acceso en arco de medio punto y su planta baja cerrada, que alguna vez sirvió como almacén o calabozo. Las antiguas vigas y techumbres han desaparecido, pero sus muros aún conservan la esencia de los siglos pasados. La terraza, antaño ocupada por centinelas, ya no luce almenas, pero desde ella aún se puede imaginar la vida que una vez latió en estas tierras.
Restaurado en 2002 y de acceso libre, el Torreón de Masegoso sigue esperando a quienes se atrevan a recorrerlo al atardecer, cuando la luz dibuja sombras inquietantes en sus muros y la brisa parece susurrar nombres olvidados. ¿Mito o realidad? Solo aquellos que visitan este enclave histórico pueden decidir si la leyenda del fantasma es solo un cuento… o algo más.
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3. Plaza Mayor de Medinaceli
Si el tiempo tuviera una plaza donde detenerse, sin duda elegiría la Plaza Mayor de Medinaceli. En su amplia extensión de 5.000 metros cuadrados, los ecos de civilizaciones pasadas resuenan entre sus soportales, mientras la luz dorada del atardecer proyecta sombras sobre el empedrado, como si en cada rincón aún susurraran historias de emperadores, guerreros y duques.
Construida sobre los vestigios del antiguo foro romano, esta plaza pentagonal se erige como el corazón latente de Medinaceli, recogiendo el testigo de siglos de vida social, política y económica. Su amplitud sorprende al visitante, sobre todo en contraste con las estrechas y laberínticas calles que la rodean, otorgándole un aire de grandiosidad inesperada. Aquí, la historia no solo se recuerda, se pisa, se respira.
En sus soportales descansan edificaciones que son auténticas reliquias del pasado. El Palacio Ducal, con su imponente presencia, guarda en su interior un mosaico romano que recuerda la grandeza del Imperio. La Alhóndiga, antigua lonja de comercio, se mantiene como un testigo silencioso de los tiempos en que Medinaceli era un punto clave en las rutas comerciales. Y dominando el horizonte, la esbelta torre campanario de la Colegiata de Santa María, guardiana de secretos y de un majestuoso retablo barroco.
Pero la Plaza Mayor no es solo un decorado inmóvil. A lo largo de los siglos, ha sido el escenario de celebraciones y rituales que han perdurado en el tiempo. Aquí se celebra el ancestral Toro Jubilo, una festividad de origen pagano donde la tradición y la controversia se entrelazan en una danza de fuego y bravura.
Desde su origen como castro celtíbero hasta su transformación en enclave estratégico romano y, más tarde, en ciudad árabe de la Marca Media, Medinaceli ha sido codiciada por diferentes civilizaciones. Se dice que Almanzor podría haber sido enterrado en estas tierras tras su derrota en Calatañazor, y aún hoy su leyenda flota sobre la plaza como un misterio sin resolver.
Quien llega a la Plaza Mayor de Medinaceli no solo pasea por un rincón monumental; se siente protagonista en una película donde cada piedra es un fotograma y cada paso, una página de historia. Ya sea bajo el cielo despejado del mediodía o en la penumbra de la noche, cuando la farola del centro proyecta su luz sobre los soportales, es imposible no sentirse parte de un escenario de otra época.
Aquí, donde el pasado y el presente se funden en un mismo plano, solo queda una pregunta: ¿qué escena quieres protagonizar?
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4. El Chorrón en el Royo
Si un paraíso escondido pudiera filmarse en un solo plano, El Chorrón en El Royo sería la escena perfecta. A pocos kilómetros de la capital soriana, este rincón donde el río Razón esculpe su propio relato con el paso del agua, es un auténtico refugio natural en el que el tiempo parece fluir con la misma calma que su corriente.
Su nombre se lo debe al salto que el río realiza antes de caer en una piscina natural de aguas cristalinas, un pequeño santuario acuático enmarcado entre robles centenarios y la exuberante vegetación de ribera. Protegido por la Sierra Cebollera, este idílico paraje cambia de vestuario con cada estación: en verano, es un oasis refrescante donde los visitantes buscan cobijo frente al calor, mientras que en otoño, el entorno se convierte en un lienzo vivo de colores ocres y rojizos, con las hayas y los robles tiñendo el paisaje de un esplendor casi irreal.
Pero El Chorrón no es solo un escenario de postal. Su tranquilidad y belleza lo han convertido en un punto de encuentro tradicional, especialmente entre los jóvenes de la zona, que encuentran aquí el lugar perfecto para sumergirse en aguas limpias y serenas. A su alrededor, merenderos y zonas de barbacoa invitan a disfrutar del entorno sin prisas, mientras el rumor del agua actúa como una banda sonora natural.
Llegar hasta este rincón es parte del encanto de la experiencia. Basta con tomar el desvío señalizado en la carretera que une El Royo y Sotillo del Rincón, seguir el camino de tierra y dejar el coche en el área de aparcamiento. Desde allí, solo queda dejarse llevar por el sonido del agua y la brisa entre los árboles.
En un mundo donde la velocidad dicta el ritmo de la vida, El Chorrón es una pausa, una escena detenida en el tiempo donde la naturaleza y el silencio escriben su propia historia. Un rincón de película donde cada visitante encuentra su propio guion.
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5. Soria y su Plaza Mayor
Si hay un lugar donde el tiempo ha tejido su historia con paciencia, es la Plaza Mayor de Soria. Desde su origen como foro romano hasta su papel como centro neurálgico de la ciudad, ha sido testigo de mercados, conspiraciones nobiliarias y festejos populares.
Construida sobre la antigua Plaza de San Pedro, su trazado rectangular y sus balcones corridos conservan la esencia castellana. Aquí se levantan edificios como el Palacio de la Audiencia, que albergó el ayuntamiento y la cárcel real; la Casa de los Doce Linajes, emblema de la nobleza soriana y actual sede del ayuntamiento; la Casa del Común, símbolo del gobierno medieval, o el Palacio de Doña Urraca, envuelto en leyendas y vinculado a la visita de Santa Teresa de Jesús.
En el centro, la Fuente de los Leones, construida en el siglo XVIII, ha recorrido varios emplazamientos antes de recuperar su lugar original. Machado inmortalizó la plaza en sus versos, y su campana sigue marcando el pulso de la ciudad.
Hoy, la Plaza Mayor sigue siendo el corazón de Soria. Entre sus soportales resuenan ecos de su pasado y su presente, recordando que aquí la historia nunca deja de escribirse.
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6. Estación de San Leonardo de Yagüe
Un escenario de película oculto tras las antiguas vías del ferrocarril. La estación de San Leonardo de Yagüe no solo guarda el eco de locomotoras que cruzaban la provincia, sino que en la década de los 60 se convirtió en parte de la historia del cine al ser escenario del rodaje de Doctor Zhivago. Su paisaje, con extensos pinares y una atmósfera melancólica, evocaba a la perfección los paisajes rusos de la cinta.
Hoy, más allá del celuloide, la estación es un punto clave en la Vía Verde Santander-Mediterráneo, un paraíso para senderistas que atraviesa el impresionante Pinar Grande. San Leonardo de Yagüe, con su castillo, sus calles llenas de historia y su Bosque Mágico, sigue siendo un destino donde la realidad y la ficción se funden, invitando a viajar en el tiempo y la imaginación.
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7. Estación de Matamala de Almazán
Silenciosa y bien conservada, la estación de Matamala de Almazán guarda en sus andenes el eco de un tren que nunca llegó a su destino. Aquí, en este rincón de la provincia soriana, se rodó una de las escenas más memorables de Doctor Zhivago: el instante en que la familia del protagonista desciende del tren, envuelta en el dramatismo de la historia.
Más allá de su fugaz aparición en el cine, Matamala es tierra de pinares y tradición resinera. Sus bosques, catalogados como Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) dentro de la Red Natura 2000, son el escenario perfecto para rutas BTT y sendas micológicas. En el Centro de la Naturaleza Río Izana, aún se conserva la memoria de la extracción de resina, junto al edificio de la antigua destilería y un pequeño jardín botánico con ejemplares longevos de cedros, secuoyas y pinsapos.
Entre el legado de su pasado y la belleza de su entorno natural, Matamala de Almazán sigue siendo un destino donde la historia, la naturaleza y el cine convergen en un mismo plano.
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8. Cañón del Río Lobos
Un desfiladero de piedra caliza esculpido por el tiempo, donde el viento susurra leyendas y los buitres sobrevuelan el horizonte. El Cañón del Río Lobos, declarado Parque Natural en 1985, es mucho más que un paraje de belleza sobrecogedora: es un escenario de película, una tierra marcada por la historia y la simbología templaria.
Entre sus imponentes paredes rocosas, la ermita de San Bartolomé de Ucero emerge como un templo enigmático. Se dice que los templarios la construyeron en un punto exacto, equidistante entre los extremos de la península, y que en su interior se ocultan mensajes cifrados en estrellas, rosetones y cruces. Cada solsticio de invierno, la luz ilumina una losa en su suelo, un detalle que ha alimentado teorías sobre su conexión con la Arca de la Alianza.
Pero el cañón es mucho más que su misticismo. Sus 25 kilómetros de recorrido permiten adentrarse en un mundo de cuevas, miradores y senderos, un refugio natural donde la fauna, con sus majestuosos buitres leonados, domina el paisaje. Aún pueden verse los restos del Colmenar de los Frailes, donde los monjes templarios recolectaban miel en colmenas de piedra.
Recorrer el Cañón del Río Lobos es una experiencia que combina aventura y espiritualidad, un viaje por un escenario donde la naturaleza y la historia han escrito su propio guion. Un lugar que, una vez visitado, nunca deja de rodar en la memoria.
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9. Calatañazor, un viaje cinematográfico a la Edad Media
Pocos lugares en España conservan el alma medieval como Calatañazor, un pueblo donde el tiempo parece haberse detenido. Sus calles empedradas, soportales de madera y casas de piedra han sido testigos del paso de la historia y de las cámaras de cine. Su atmósfera atemporal lo convirtió en el escenario perfecto para "Campanadas a medianoche" (1965) de Orson Welles, así como en un decorado natural para películas como Fuenteovejuna y la serie El Cid.
Cada rincón de esta villa, declarada Conjunto Histórico-Artístico, transporta al visitante a otra época, evocando gestas y leyendas. Pasear por sus calles es adentrarse en un plató vivo donde el eco de los cascos de caballos y el sonido del acero aún parecen resonar entre sus muros. Un tesoro cinematográfico en el corazón de Soria que sigue esperando su próxima gran escena.
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10. Monasterio de Santa María de Huerta
En el silencio de sus claustros y bajo la elegancia de sus bóvedas góticas, el Monasterio de Santa María de Huerta es un enclave donde la historia y la arquitectura se fusionan en una atmósfera única. Esta joya del arte cisterciense, aún habitada por monjes, ha sido escenario perfecto para rodajes que buscan la solemnidad y la belleza atemporal.
Su refectorio gótico del siglo XIII, con su imponente bóveda sexpartita y sus ventanales inundados de luz, es una de las salas más impresionantes del monasterio, un espacio donde la austeridad cisterciense se convierte en arte. Pero más allá de este emblemático rincón, la visita recorre un universo de estilos, desde el románico al plateresco, pasando por el herreriano, en un viaje arquitectónico que abarca siglos de historia.
Escenario de espiritualidad, arte y vida monacal, Santa María de Huerta sigue siendo un plató vivo donde cada piedra guarda un relato y cada rayo de luz esculpe una nueva escena. Un lugar donde el tiempo parece haberse detenido, esperando su próxima gran historia.
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